miércoles, 8 de noviembre de 2017

La memoria de Navarra: el ayer y hoy de los historiadores y los temas


Reflexiones sobre el quehacer del historiador.
El pasado de Navarra como arma política.

CUANDO éramos universitarios nos ilusionaba la gran capacidad intelectual y el empuje de muchos jóvenes historiadores, considerados con fundamento como una gran promesa. Eran académicamente muy brillantes. No pudimos imaginar que con el tiempo iban a retirarse poco a poco de la investigación histórica. Una cosa es escribir una comunicación basada en fuentes primarias para un Congreso cada cuatro años, y otra muy distinta tener todos los días entre las manos los  mimbres de las fuentes del conocimiento histórico, profesión ésta silenciosa que complementa la docencia o a la inversa según la naturaleza de cada Centro educativo.
Motivos profesionales, desilusiones y desmotivación personal han debido de ser la causa de dicho abandono. Es una gran pena que dichos talentos quedasen malogrados. La sociedad se lo pierde irremisiblemente. Por nuestra parte, es muy triste en la vida ver morir ilusiones arraigadas y capacidades sobresalientes. También es cierto -y ello subraya lo anterior- que otros de sus condiscípulos, menos brillantes que aquellos en su paso por la universidad, han perseverado en la investigación aunque no hayan recogido frutos diferentes al deber cumplido, y al afán por multiplicar los talentos recibidos de Dios. Ello no significa que hayan tenido apoyo alguno, ayuda o reconocimiento universitario y extrauniversitario, económico y laboral. Esta es la sociedad materialista que hemos hecho: aprovechar a los demás y no colaborar con nada.
Ha pasado el tiempo -contamos el paso de cuatro décadas desde entonces-, y ahora la escasez de vocaciones de historiador corre parejas a qué se hizo con las hermosas hornadas de estudiantes de historia y posgraduados de las décadas de los setenta y algo posteriores. Dirán que por entonces no había trabajo salvo que se entrase por enchufe en el régimen de endogamia universitaria, dirán que sobraban aspirantes, dirán que no había dinero… Ya me dirán en qué se gastaban entonces los recursos y por qué hoy día faltan historiadores para cubrir las necesidades de conocimiento de la sociedad. Efectivamente, hoy los estudios de historia y la investigación histórica están de capa caída, según la experiencia de muchos profesores universitarios y según también muchos otros que lo contemplan con cierto estupor.
Lo contradictorio es que el vacío creado en la disciplina histórica por  el abandono de ayer de muchas jóvenes vocaciones, esté siendo ocupado por otras profesiones que si bien ofrecen una menor formación académica en los temas que tratan, sin embargo gozan de capacidad comunicativa, buena relación con los editores, sus textos son ligeros, y desde luego tienen una pluma suelta. Pero nada de eso es exclusivo suyo. Por lo visto hoy triunfa quien comunica con facilidad, entretiene y satisface la innata curiosidad sobre el pasado aún sin la  pretensión de demostrar la verdad de las cosas.
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¿Historiador o escritor de historia? ¿Ciencia o divulgación respectivamente? Ambos oficios son diferentes y necesarios, no son excluyentes sino complementarios. A ambos se debe agradecer su dedicación,  cada uno en su esfera diferente. Cada cuál tiene su ámbito, su función social, siendo hoy día la dedicación más jugosa la de escritor o divulgador de historia.
El historiador -la historia como ciencia- puede ser un buen escritor aunque en su oficio sólo necesite escribir correctamente: lo suyo es llegar a la verdad demostrándola. De todas maneras sus libros no son fácilmente vendibles debido a la aridez de ciertos temas o capítulos, al aparato crítico y a la precisión que exigen. Como continuidad de su oficio científico podría prolongar sus descubrimientos mediante la divulgación.
Por otra parte, no hay escritor o divulgador de historia que no se fundamente en los estudios sesudos de los historiadores científicos, aunque la pena es que hoy estos últimos escasean por la ya citada dispersión de jóvenes vocaciones. Un escritor de historia que no sea historiador de fuentes primarias se llamará divulgador, pues carecerá del método riguroso histórico, de una distancia vital respecto a los hechos, y de una independencia respecto a la misma sociedad e incluso al editor.
La pena es que esto no siempre se respeta. Ayer hubo conocidos sociólogos y profesores de derecho político al servicio de unos sectores politizados, que se convirtieron en historiadores -aunque ideologizados- gracias a la politización y endogamia universitaria. Simultánea y paradójicamente se desperdiciaba un considerable número de vocaciones de jóvenes historiadores no ideologizados, alumnos suyos o no. Ahora se paga este error debido al actual vacío de historiadores, y a que sólo tiene eco social la falta de rigor y el  entretenimiento.
En esta situación, la actual necesidad de satisfacer el conocimiento del pasado la pueden cubrir no pocos periodistas que trabajen con calidad, seriedad y éxito. Se expresan en reportajes de prensa, y en libros de divulgación, aceptables si aportan las fuentes secundarias que utilizan, y si aclaran al público que la historia se hace con fuentes primarias y el método propio de investigación. Lo que ayer satisfizo la editorial  Juventud, con biografías de gran calidad, firmas de ámbito internacional, y legibles por todo el público interesado, hoy lo hacen periodistas que conocen el ámbito de la comunicación y la edición.
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Dicho lo anterior, hoy el conocimiento científico en el ámbito de la Historia se ha devaluado en nuestra sociedad, al ser desplazado por el escritor o divulgador de historia. Si éste último realiza su cometido con éxito, no debe ir en menoscabo de aquel, pues divulgador no puede sustituir aunque sí completar al titulado universitario apto para investigar.
Ambas profesiones no tienen la misma autoridad sobre lo mismo. La pena es que no todos lo entienden así. Por ejemplo hay centros educativos en los que basta tener una carrera de “Letras” para impartir docencia en ciencia histórica, que rebajan hasta rozar una excesiva divulgación y formación generalista. Eso sí, no se lo digas que se enfadan. Han trastocado los objetivos académicos, y han convertido el conocimiento histórico en un saber instrumental, que queda subordinado prácticamente al “disfrute” de los educandos. Bastaría en las aulas un barniz de “conocimiento” y mucho de “experiencia” entretenida y feliz, como si de un viaje al pasado se tratase.
Si esto ocurre con la ciencia histórica, imagine Vd. en qué quedan los estudios de la Geografía, por otra parte tan necesarios en nuestra sociedad y muchas profesiones. Se trata, según algunos, de no quitar tiempo y esfuerzo a los saberes prácticos, y de añadir a estos la Historia -una vez desterrada la Geografía- como mera curiosidad y  complemento. A esto se denomina apostar por las humanidades.
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Lo que más nos preocupa es cuando los estudios históricos -como ciencia o bien como divulgación- pretenden influir en el pensamiento y las valoraciones del hombre actual, sirviendo a ideas preconcebidas conforme a los planteamientos de determinadas escuelas historiográficas -ideologizadas- del pasado o del presente.
¿Es el conocimiento de la historia como ciencia un instrumento o herramienta ideológica? ¿Puede serlo la divulgación de sus resultados? La respuesta brota sola: la ciencia histórica y el historiador no deben ser utilizados ideológica ni políticamente, porque sólo se deben a la verdad que deben encontrar mediante fuentes primarias. Respecto al divulgador o periodista, allá lo que quiera hacer con sus escritos, pero sus contenidos que se refieran al pasado debieran subordinarse a la verdad demostrada por el historiador.
Hoy, con el pretexto “desmitificador”, algunos quieren crear una realidad  nueva en Navarra, en ese milenario Reyno pirenaico, y para ello utilizan el pasado como arma o herramienta. Sus ambiciones nacionalistas son de todos conocidas. Su método es racionalista, dialéctico y comprometido con el presente. Desde luego, ni todo lo que plantean como “mitos” navarros tienen que serlo, ni deben soslayar las realidades culturales que conlleva el “mito” como si éstas nada significaran. Lo que se consideran “mitos” pudieran  mantenerse como acervo cultural cotidiano siempre que se identifiquen como tales, sobre todo si se encuentran entreverando la realidad versus antigüedad considerada con valor propio.
Lógicamente los historiadores profesionales dedicados a demostrar científicamente los hechos del pasado, deben realizar sus estudios con una total independencia de los temas que se ponen de moda en la sociedad. Otra cuestión es que a veces los profesionales y los divulgadores  coincidan en los temas por confluir el  interés académico y social.
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El desarrollo de la historiografía sobre Historia de Navarra posterior a la década de los setenta, permite diferenciar varios momentos y la preferencia de los historiadores por unos u otros temas.
En 1986 aparecieron en Navarra dos prometedoras asociaciones de historiadores que realizaron sus propios Congresos. Su primer Congreso coincidió en el lugar y casi en el tiempo, apreciándose en el ambiente una sutil rivalidad. Por un lado, el Instituto Gerónimo Ustáriz convocó el Congreso de Navarra de los siglos XVIII, XIX y XX, y, por otro, la Sociedad de Estudios Históricos de Navarra (SEHN) reunió su  Congreso General que  abarcaba toda la historia de Navarra.
Estas dos tendencias, nutridas de historiadores experimentados pero también muchos jóvenes, ofrecían algunas diferencias. La primera tendencia, que abarcaba de los s. XVIII a XX, era más ideológica, tenía un fuerte compromiso práctico, y quedó vinculada a influencias de corte dialéctico social y en parte también a la ideología nacionalista. La segunda, que abarcaba toda la Historia de Navarra, fue académica e independiente de los problemas sociales del momento o de aquellos que se pretendían crear en la Navarra posterior a la transición política. Quienes quisimos participar en ambos Congresos pudimos hacerlo con toda libertad y entusiasmo. No cabe duda que en ambos ámbitos se dieron cita historiadores de valía junto a  otros muchos que andábamos con ilusión nuestros primeros pasos.
El primer Instituto celebró dos Congresos, tuvo su propio boletín de  numerosas páginas, de calidad y con importantes articulistas, pero desapareció pronto para dar paso a una segunda etapa, en la que varios de sus miembros ocuparon cátedras en la universidad pública de nueva creación. Al parecer, el citado Instituto albergaba varias tendencias al final separadas, a pesar que compartir algunos presupuestos bajo el comprometido manto de una historia dialéctica, crítica y social. Una de ellas ha seguido una derrota más activista debido a su claro compromiso nacionalista.
Por su parte, la SEHN mantiene su funcionamiento, una actividad notable y con éxito, y luce ocho Congresos en su haber más el noveno en curso. Los participantes en sus Congresos generales suelen repetir la experiencia, mantienen en el tiempo sus aportaciones, amplían las líneas de estudio, siempre hay nuevos integrantes, y siguen una línea académica e independiente.
El propósito “revisionista” del Instituto sobre el conocimiento de la Historia de Navarra fue eminentemente práctico, ideológico y político, sobre todo en su versión nacionalista. Reservamos el término “revisionismo” a la revisión sistemática y global, por ello con unas claras connotaciones ideológicas. No incluimos en el término  “revisionismo” al investigador que examina e nuevo las afirmaciones de otros autores o  sus propios trabajos sobre el tema que estudia, ni a quien carece de intereses y planteamientos diferentes a la mera investigación y conocimiento del pasado en lo que puede conocerse conforme a las fuentes,  ni por último a quien no elige necesariamente temas polémicos que puedan provocar -o para provocar- reacciones contrarias. En realidad, los nacidos en las décadas de los cincuenta y sesenta del pasado siglo han realizado interesantes investigaciones históricas en todos los ámbitos y temas. Cuando la mayoría realizaba sus aportaciones, se planteaban el estado de la cuestión, la bibliografía anterior,  las tesis y los puntos de vista mantenidos -si los había-. Fue el otro sector quien ejerció un “revisionismo” de talante ideológico.
Desgraciadamente, aquellas hornadas de jóvenes investigadores a las que nos hemos referido, que hoy se acercan a una edad de jubilación profesional, no han sido seguidas por otras, de modo que hoy es el sector llamado “revisionista” -en realidad va a desembocar en “iconoclasta”- con incidencia ideológica -marxista o nacionalista- el que parece domina, ocupando  la comunicación social, el ámbito literario, el periodístico y la propaganda propia de su estilo.
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Preguntemos qué temas han estudiado aquellos que, siguiendo ciertos apriorismos, entendieron sus estudios como una herramienta en la dialéctica de  deconstrucción versus construcción  del presente.
En primer lugar y desde la perspectiva utilitaria e ideológica de la historia de Navarra, se analizó si el Fuero era un mito para en ese caso pasar a su “desmitificación”, lo que daría argumentos a los políticos para su correspondiente actuación. Sin embargo, en la práctica fueron los políticos liberales de UCD y sus inmediatos sucesores quienes arruinaron el Fuero público y privado mediante la publicación de diferentes leyes y una concreta acción  política. Recuerdo que Álvaro D’Ors y Javier Nagore afirmaban que el derecho público constitucional de 1978 vulneró el Fuero público de Navarra, para luego, desde aquel, eliminar el Fuero o derecho privado. En efecto, el derecho privado en Navarra -como en Cataluña a decir de Juan Vallet de Goytisolo- siempre fue anterior al derecho público.
En el discurso final de clausura del Ier Congreso de Historia de Gerónimo Ustáriz de 1985, el profesor Tomás y Valiente -años después será asesinado por ETA- afirmó que el Fuero era un mito, y que los mitos eran peligrosos para la sociedad. Inmediatamente fue respondido por varios juristas en “Diario de Navarra”, y por un joven historiador en la revista “Aportes. Revista de historia del siglo XIX” (nº 1, marzo 1986, p. 52-53). Es pertinente recordar que ésta última revista se mantiene con éxito hasta la actualidad, aunque en su día tuviese algunos contradictores que veían cómo algunos de sus contenidos historiográficos corregían sus puntos de vista, lo que hoy día parece  repetirse de nuevo. Estas correcciones hay que analizarlas caso por caso hasta la actualidad. La endogamia universitaria en España y el control de las publicaciones por ciertas tendencias de pensamiento no logró asimilar la existencia de una historiografía diferente e independiente de la historia dialéctica y comprometida ya económica ya social. 
Pero sigamos con los temas. La instrumentalización del ámbito de la historia crítica -social y económica- en Navarra, actuó sobre grandes temas como el Foral, poniendo quizás en entredicho el ser navarro entendido como un producto conservador -así, cosificado-. No en vano se tendió a identificar el Fuero con el conservadurismo, convertido -según decían- el primero en mito por los diferentes intereses de clase.
La “desmitificación” también recayó sobre otros aspectos de la historia de Navarra como el Carlismo, los “heterodoxos” navarros, la identificación de Navarra con la tradición, la Ley Paccionada, el conservadurismo político del s. XIX y XX, la “Gamazada”, los eúskaros, los republicanos. 
Hablemos un poco del tema del Carlismo. Para alguno como Zubiaur Alegre, era bueno que el Carlismo se sustanciase en el museo carlista de Estella, lo que quizás suponga cierto desencanto personal previo de quien contempló un Carlismo fuerte y popular, con un príncipe a la cabeza. Algunos han querido mostrar al Carlismo como una protesta social del campesinado en crisis, sin presencia en las ciudades y las elites sociales, y desde luego ajeno a los Fueros. También se ha querido reducir la presencia carlista en Navarra, como ocurre en el reciente libro Militares y carlistas navarros (1833-1849) (2017) valorado por Alfonso Bullón de Mendoza en la revista “Aportes” nº 94 (2017). Otros han querido ver el Carlismo como un romanticismo (Gonzalo Redondo, Caspistegui), o bien que tanto él como el Liberalismo estaban afectados de dicho romanticismo (Luis Suárez). Que la soberanía nacional, la rebeldía o la libertad absoluta y abstracta sea romanticismo no es extraño, pero puede demostrarse que el Carlismo tiene un fuerte anclaje en la verdad de las cosas y que se enmarca en un tempo largo. El Carlismo va más allá de las fechas 1833 a 1876, y expresa la historia de España, cuyo tempo traspasa los movimientos culturales romántico, realista, modernista y los sucesivos ismos hasta el pragmatismo actual en choque con la ruptura nacionalista. En efecto, el Carlismo tiene mucho de clasicismo y de civilización que respeta lo que las cosas son, junto a las peculiaridades del momento histórico, y fundamentalmente está ayuno de historicismo a pesar de las adherencias verbales y quizás algunas conceptuales propias de cada época. Desde luego, que de hecho y al fin el liberalismo, el  socialismo y los nacionalismos periféricos se muestren triunfantes, no tiene por qué ser definitivo de cara el futuro. Afirmar esto reconoce la existencia de cambios previos, de modo que si la historia es lineal en el tiempo no por eso tiene que ser contradictoria y menos ajena a lo anterior y lo posterior. Lo definitivo es que lo experimentado como hechos liberadores hasta hoy ha  sido un rotundo fracaso.
Hay trabajos de lo que algunos como Del Río y Pan Montojo llaman historia conservadora, que han dado finalmente al Carlismo por desaparecido siguiendo la lógica de los hechos empíricos y quizás un pensamiento muy personal de origen filosófico como el de cierto historiador ya fallecido. Pues bien,  si el desarrollo de unos presupuestos hizo desaparecer al Carlismo de masas, ello no significa lógicamente que tales presupuestos y los resultados debieran juzgarse como saludables., salvo que se caiga en el  “progresismo” o “evolucionismo” como mito.
La afirmación de algunos historiadores “conservadores” de que “todos buscamos que el pasado dé solidez a nuestra apuesta política” (“Diario de Navarra”, 3-V-2012 p. 71), se puede comprender por el afán de promover el estudio de la Historia en la propia universidad, pues nosotros nos resistimos a entender que sea así, pues haría imposible la objetividad histórica.
Pero sigamos con los temas. De la visión de una Navarra eminentemente tradicional, visión sin duda a veces exagerada, algunos han estudiado principalmente a los “heterodoxos”, al socialismo y más tarde al republicanismo. Los trabajos realizados con seriedad sobre esto se deberán engarzar por igual con un estudio similar, pero hoy desgraciadamente inexistente, en relación con la tradición navarra -el tradicionalismo- como herencia renovadora, con la catolicidad y con las distorsiones realizadas por del conservadurismo.
Ahora, algunos de los que impulsaron el Instituto y Congresos arriba mencionados, están realizando otras aportaciones, potencian los estudios de la Navarra del siglo XIX y XX, y desarrollan saludablemente encargos de alguna editorial privada entre otros proyectos.
El camino andado por la “desmitificación” ideológica -creando a su vez nuevos mitos- ha sido largo. Los desenfoques y errores sobre la historia de Navarra por parte de nuevas personas en lid, de menos relieve intelectual que las anteriores, pero más politizadas y activistas, practican talleres de excavación, levantan parques de una memoria selectiva, ofrecen charlas de corta asistencia, poseen una prensa de combate, mantienen una agitada propaganda callejera vinculada al ocio y la cultura popular, realizan concentraciones de calle, y hasta presentan propuestas del Gobierno de Navarra.
Recientemente se han preferido temas como la conquista e incorporación de Navarra a Castilla tras la emblemática fecha de 1512, aprovechando diversos momentos conmemorativos.
También se ha abordado el tema de los represaliados de 1936 que desgraciadamente se encuentra muy politizado, planteándose a lo talibán la destrucción -ya directa y expresa o bien con trampas de naturaleza administrativa- del monumento de Navarra a sus muertos en la Cruzada… (mal llamado Los Caídos). Seguramente este último es el gran tema que sigue pendiente en sus diferentes fases.
A esta temática le acompañan otros problemas menores aunque más efectistas ante la opinión pública, como es “desmitificar” el escudo para así  cambiarlo, eliminando de esta manera los signos de identidad del viejo Reino. Propondrán sustituir las cadenas del escudo por el carbunclo inicial, por lo mismo que elevaron el sello personal del rey Sancho VII -el águila real y sólo él- a rango de bandera grupal y hasta étnica. Súmese a ello el intento de cambiar la letra del zortzico “El Roncalés” cuyo verso canta “del jardín español de flores sin igual…”. En orden a la lengua, existe una extensión administrativa -artificial o artificiosa- realizada con sectarismo según sus contrarios,  de la zona mixta en el uso de vascuence (euskera), el cambio o creación de toponimia y nombres que nunca existieron aquí, la toponimia impuesta durante años en el callejero de Pamplona y otras poblaciones, la alucinante propuesta en julio de 2017 de modificar el nombre de Chantrea por la grafía Txantrea… En realidad el topónimo la Chantrea es un término franco-castellano y originariamente significa el cargo Chantre de la catedral de Pamplona.
Algunos hoy quisieran suprimir del escudo de Navarra la corona real rematada con una cruz, por lo mismo que años antes, allá el 4-VII-1980, le quitaron -por un voto dicen que "democrático"- la laureada ganada al valor heroico del viejo Reyno y concedida por el jefe de Estado el 8-XI-1937. Cuarenta y tres años, y la heroicidad de la generalidad de Navarra en 1936 tenía que desaparecer. Estas iniciativas van unidas al intento de relegar la bandera de Navarra como Comunidad diferenciada, poniendo la bandera de la CAV entre las banderas de Navarra y -por ahora- de España por imperativo legal.
Nos informan de lo siguiente:

“Hace unos días el Gobierno de Navarra anunció la concesión de la Medalla de Oro de Navarra a Arturo Campión, Hermilio de Olóriz y Julio Altadill por su aportación a la historia, la cultura y la identidad de la Comunidad Foral, además de ser los artífices en 1910 del diseño de la actual bandera de Navarra” (“Navarra Confidencial” 7-XI-2017).

Y continúa esta prensa digital con un párrafo crítico común a otros muchos comentaristas del momento:

“La cosa ya empezó con mal pie porque de algún modo se dejaba caer la idea de que la bandera de Navarra era una cosa que se habían inventado de buenas a primeras estos tres señores en 1910 (…)”.

A pesar del conflicto estallado entre todos los partidos, amigos o no del cuatripartito, el Gobierno ha concedido la medalla a los descendientes de dichos hombres de cultura. Dirán que todo ha sido muy representativo.
Hemos mencionado algunos temas que se manipulan utilizando a veces algunas verdades, lo que es el peor método por ser el más engañoso. Cualquier caballo de Troya es un instrumento ideológico y político que puede  convertirse en una praxis, y ello que facilita que cualquier llamado núcleo duro pueda ir “más allá”, plus ultra.
La tergiversación puede actuar desde presupuestos racionalistas (marxistas) o bien románticos (nacionalistas). En tal caso, la acción suele seguir unos planteamientos tan “aplastantes” y a veces tan enérgicos y descalificadores hacia los discrepantes, que sin duda encierra un propósito político-ideológico.
Cualquier historiador sabe como los datos son muy importantes y hasta decisivos, aportar un amplio aparato crítico da una apariencia de seriedad. Sin embargo, esto último por sí mismo no garantiza la verdad de las conclusiones. También resulta importante cómo se redacta la historia, los enfoques utilizados y las expresiones, que debieran ser puramente representativas. Aunque el quién escribe es lo de menos, resulta que en este tipo de “historia” la investigación depende más del investigador que de los datos. 
En excesivo interés mostrado actualmente hacia la historia por parte de cierta prensa y las redes sociales, no es paralelo a la exposición desinteresada de la verdad histórica. Mientras unos pseudo historiadores no van de verdades, otros guardan silencio, encastillados en su torre de marfil y lejos de las contingencias de los hombres y las sociedades. No quieren líos. En parte, este silencio se comprende, porque para algunos la verdad no interesa, precisamente para la administración pública dominada por la ideología, cuyo poder podría perjudicar a quienes contrarían académicamente sus posiciones. Por lo mismo, personas libres no hay muchas.

José Fermín Garralda Arizcun

Dr. en Historia