jueves, 23 de diciembre de 2010

"RETORNO A LA LEALTAD. EL DESAFÍO CARLISTA AL FRANQUISMO". Presentación de un nuevo libro.


UN NUEVO LIBRO. EL AUTOR, MANUEL MARTORELL: “RETORNO A LA LEALTAD. EL DESAFÍO CARLISTA AL FRANQUISMO”. ACTO DE PRESENTACIÓN EN PAMPLONA (NAVARRA). PREMIO “FUNDACION IGNACIO LARRAMENDI”.
(Portada del nuevo libro, 2010)

FUE TODO UN ÉXITO para quien contempla desde fuera el panorama presente en los ámbitos investigador y editorial. Cualquiera puede advertir que la actual investigación histórica va dejando poco a poco las cosas en su sitio, porque el trastocar primero, el silencio y ocultamiento después, y la tergiversación reciente, han creado un denso poso de ignorancia sobre el movimiento político más antiguo de Europa, que es el Carlismo.

La sala de conferencias de “Civican. Sede de Banca Cívica” de Pamplona (Avda. Pío XII)de la Comunidad Foral de Navarra (España), estaba llena de público. La presentación del libro de Manuel Martorell (1) titulado Retorno a la lealtad. El desafío carlista al franquismo, ha sido una lección magistral ansiada por un público en espera en una sala abarrotada de personas interesadas en este tema. Ya antes entre libro había sido presentado en Madrid.
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(Vista general de la sala de conferencias)
La presentación de este nuevo libro de Manuel Martorell fue organizada por el Ateneo de Pamplona, al que debemos agradecer la iniciativa. Para el representante de dicho Ateneo, decir “Carlismo” es decir afluencia de público interesado. En su día, el Ateneo organizó un ciclo sobre Carlismo, y fue tal su éxito que esta institución siempre ha estado predispuesta a cultivar tal importante tema. Para el ateneísta, el libro de Martorell continúa ese otro precioso libro de Jordi Canal, titulado Banderas blancas, boinas rojas. Una historia política del carlismo, 1876-1939 (Marcial Pons, 2006). Sin duda, la desmemoria que se puede sufrir en una época concreta se ve, tarde o temprano, compensada por el renacer de la memoria de los pueblos de mano de historiadores y de la propia sociedad. La llama no está hecha para ser guardada debajo del celemín.

Por su parte, Luis González, de la Fundación Ignacio Larramendi, que ha galardonado esta tesis doctoral con el Premio de Historia del Carlismo convocada por aquella, explicó los principios y objetivos de dicha Fundación. Una de sus direcciones de trabajo es promover la investigación sobre Carlismo, como hubiera deseado aquel político inolvidable Luís Hernando de Larramendi, escritor, jurista y, sobre todo, tribuno tradicionalista, según reza la solapa del libro de Martorell.

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El dr. Fco. Javier Caspistegui, de la Universidad de Navarra, conocido como autoridad sobre Carlismo, explicó la novedad e importancia del nuevo libro de Martorell, y lo enmarcó en la evolución historiográfica relativa al Carlismo. Según él, este libro impide que de alguna manera el general Franco gane la batalla de la memoria histórica del bando nacional, pues es habitual confundir a los carlistas con el nuevo régimen. En efecto, si los carlistas vencieron en la guerra, fueron derrotados en la posterior paz. Algunos carlistas, tras el conflicto de 1936, se plantearon escribir seriamente una historia del Carlismo, pues la escrita hasta entonces había sido redactada por los vencedores liberales, con los olvidos, desenfoques y hasta prejuicios propios del vencedor de una guerra civil. Ya era hora de salir de esta situación. Por ejemplo, tras 1939, el Padre Apalategui propuso reconstruir la sociedad desde el punto de vista tradicionalista. Román Oyarzun escribirá su Historia del Carlismo en 1939. En este libro, Oyarzun afirmaba que era necesario reescribir la memoria del Carlismo, para así corregir la falsa historia escrita por los liberales, salvo autores serios como Pirala y Buenaventura de Córdoba. Más tarde, Julián de Torresano (1963) y Melchor Ferrer (un firme corrector de Pirala) dedicaron sus esfuerzos para aportar documentos y aclarar la realidad y el significado del Carlismo en su larga historia.

En efecto, según el dr. Caspistegui, la historia del Carlismo no figura adecuadamente en los libros de historia del bachillerato, pues durante el franquismo se quiso postergar su historia. Tras utilizar a los requetés como carne de cañón, se relegó conscientemente al Carlismo al olvido. Si recuperar la memoria carlista no es exactamente la historia, en los años sesenta todavía no se había logrado dicha recuperación. El Carlismo seguía teniendo mala prensa, y era “el malo” de la película: era por entonces los años setenta y ochenta. Algo después, en los ochenta y noventa, comenzaron a aparecer estudios sobre el Carlismo que salían del ámbito propiamente carlista. Hemos llegado hasta hoy. El libro de Martorell no está escrito desde el revisionismo ni desde el partidismo.
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Tras esta brillante exposición, toma la palabra el dr. Manuel Martorell, periodista e historiador. Por oficio, su palabra y pluma son fáciles para el público. Creo que este último entendió perfectamente el significado del libro, que estaba a la venta en la mesa de entrada por el módico precio de 25 euros.

Según él, el motivo principal de este trabajo, que le ha ocupado el esfuerzo de varios años, era dar respuesta a las simplificaciones sobre el Carlismo que pueden comprobarse en la sociedad española. Por ejemplo, muchos contertulios cometen el grave error de vincular al Carlismo con el franquismo e incluso muchas veces con la Falange.

Los años que abarca el libro son los de la guerra y la difícil postguerra, omitiendo analizar el javierismo posterior a 1958. Por ejemplo, en los documentales de época, siempre que aparecía una boina roja, los guionistas ponían al lado una camisa azul.

El ponente dejó bien claro que si bien es cierto que hubo carlistas que participaron en la Unificación de Falange y Carlismo decretada por Franco en 1937, y que aún participaron en ella, sin embargo, otros muchos –la mayoría del pueblo carlista- estuvieron desde el comienzo contra la Unificación. Realmente, el Carlismo poseía una ideas centrales inalterables, pero también admitía matices diferentes en otros aspectos, así como diferentes tendencias, hasta llegar incluso a algunas escisiones siempre lamentables (añado: algunos neocatólicos tras 1876, integrismo, mellismo…).

Martorell citó dos ejemplos que recogían las primeras divisiones. Se refirió a las disensiones mantenidas entre la Junta Nacional por un lado (presidida por el regente don Javier, con el delegado Manuel Fal Conde y otros jefes) y, por otro, la Junta Central Carlista de Guerra de Navarra. He aquí dos ejemplos de tales disensiones. Primero: dicha Junta de Navarra logró que determinados organismos de la Comunión Tradicionalista dijesen el “sí” a la Unificación, mientras la Junta Nacional estaba en contra de ella. Segundo: la Junta de Navarra abortó una propuesta de canje general realizada por la Junta Nacional. Dicha propuesta se trataba del intercambio y la liberación de todos los encarcelados y rehenes. La Junta de Navarra frustró este importante acuerdo, que también fue promovido por Reino Unido y la Cruz Roja Internacional.

Según Martorell, que enseguida captó la atención del público asistente, la militancia de base carlista reconstruyó la Comunión al margen de aquellas jerarquías que habían colaborado con el régimen franquista. Los encabezaban don Javier, Fal y el resto de la Junta Nacional. Ya en la Asamblea de Insúa, estos mandos establecieron las líneas de comportamiento que no iban a seguir quienes aceptaron la Unificación. ¿Quiénes componían la militancia carlista? En primer lugar, el 90% de los voluntarios requetés, luego las margaritas, y también los muchísimos estudiantes encuadrados en la AET. Ninguno de ellos fue consultado cuando algunos de los jefes aceptaron la Unificación.

(Conocida imagen de S.A.R. don Javier de Borbón-Parma, y simpática fotografía de don Manuel Fal Conde, Jefe Delegado)

¿Qué conclusiones estableció el autor en la presentación de su interesantísimo libro, que promete al lector un buen aprendizaje?

Primera: el Decreto de Unificación fue ilegítimo, porque prescindió de las autoridades de la Comunión Tradicionalista (CT), pues la militancia carlista no fue consultada, y los adheridos a aquella rompieron la organización interna de la CT. Segunda: el período de los años cuarenta fue el de mayor enfrentamiento entre Carlismo y el régimen franquista, que culminaron en los graves sucesos de Pamplona y Valencia el 3 de diciembre de 1945, e incluso en el atentado de Begoña. Hubo muchos detenidos, hubo quienes recibían palizas (en Ciudad Real, Zaragoza, Mallorca, Zamora…), a otros se les rapaba la cabeza y se les hacía beber aceite de ricino para abandonarlos después en la calle. Tercera: en contra de lo que no se dice, la Comunión Tradicionalista plantó, antes de terminar la guerra, una estrategia para conseguir el cese del general Franco en el poder.

A continuación, Martorell expuso varias imágenes, cuyo contexto comentó con detalle. La primera, es la imagen de la portada del libro. Se trata del juramento de los Fueros por don Javier el 19-V-1937 en la Casa de Juntas de Guernica. Le toma el juramento don Fermín Erice, párroco de Esquíroz y capellán de requetés. Este acto fue un desafío al nuevo sistema político, pues se realizó justo un mes después al Decreto de Unificación del 19-IV-1937. Poco después, Franco enviaba a la guardia Civil para expulsar a don Javier de España. Otro de los asistentes al Acto que aparece en la fotografía fue apresado. (Añado de mi cosecha particular que dicho juramento no se tomó de manos de la Junta Señorial de Vizcaya, que don Javier giró posteriormente hacia el franquismo, y que en 1958 don Mauricio de Sivatte creó la Regencia, la cual en todo momento mantuvo la oposición a Franco).

La segunda imagen propuesta por Martorell era una pintura que representaba al Tercio de San Miguel ante la ciudad de Barcelona, situada a sus pies. En realidad, FET y de las JONS diseñó como estrategia que el Carlismo no tuviese intervención en la liberación de Cataluña. El objetivo era que los carlistas no hicieran lo mismo que en Vizcaya: exigir la defensa de los Fueros. Por ello, se ordenó que el Tercio de San Miguel detuviese su avance, para que fuese el falangista Yagüe quien entrase en la ciudad. Liberada la ciudad condal, los carlistas abrieron sus círculos, pero enseguida estos fueron clausurados por orden gubernamental. También fue desterrado el jefe regional carlista, que era don Mauricio de Sivatte, marqués de Vallbona. (El conferenciante no citó el nombre de dicha personalidad tan significada ya en ese momento, pues en 1958, tras madura reflexión y muchas entrevistas con don Javier, se separó de éste último). También en Barcelona, según Martorell el periódico editado con el lema Dios-Patria-Fueros-Rey, recibió la orden de suprimir dicho lema a cambio de órdenes que ensalzaban al general Franco).

(Con todo lo que escuchaba, los carlistas no me parecían unos románticos "ya idos" -seguramente porque sus principios y virtudes sobrepasan una época cultural concreta-. Es el actual público de tendencia algo "neorromántica" -y lógicamente no sólo éste-el que al parecer admira a los carlistas de ayer, ya por vivir en una sociedad materializada, ya también por el contraste de verlos postergados en la historiografía hasta fechas algo recientes. Esto es un hecho y no por ello hay que considerar a los carlistas "más altos y más guapos" según la boutade de Pan-Montojo escrita hace ya un tiempo, en 1990).
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La exposición del dr. Martorell siguió adelante. Los contenidos más significativos ya estaban dichos. En la sala se apreciaba un profundo silencio. ¿Qué puede añadir este a modo de cronista, sobre lo que se dijo y sobre el mismo acto? La presentación resultó brillante. Seguramente hubo muchos comentarios, y habrá muchas reseñas científicas y periodísticas del libro. Debemos felicitar a Manuel Martorell por su trabajo, a la Fundación Ignacio Larramendi y editorial Actas por galardonar y publicar este importante estudio (2010, 443 pp.), así como al Ateneo y a los demás intervinientes. Ahora bien, es la hora del lector. He recogido, bajo mi exclusiva responsabilidad y con ruego de que quienes son aquí nombrados tengan a bien mi colaboración, lo que dijeron los participantes en la presentación, y ahora debemos dejar paso libre al libro. Sólo cuesta 25 euros y sus hermosas cubiertas está a tono con la bella impresión y el aparato gráfico central. Por mi parte, en breve leeré el libro y así podré aportar mi parecer al respecto.

El libro consta de quince capítulos con notas a pie de página, más una relación final de los diversos archivos consultados, de las fuentes utilizada ya sean orales, o bien escritas como son los Boletines, declaraciones, folletos, octavillas, periódicos y revistas. También se añade una copiosa bibliografía general de libros y artículos.

Pamplona, 21 de diciembre de 2010
José Fermín Garralda Arizcun
Doctor en Historia

(1) Manuel Martorell ha sido entrevistado por "Diario de Navarra", y sus declaraciones figuran por extenso en la página 70 de este diario del miércoles, 22-XII-2010. Así mismo, ha publicado un estudio sobre la represión en la retaguardia de Navarra en "Los papeles de la Junta", Madrid, Rev. "Aportes. Revista de Historia Contemporánea", nº 72 (1/2010)136 pp., pág. 82-94.

Las fotografías proceden de J. F. Garralda

(Conocido cuadro al óleo de don Carlos Mª Isidro, hijo de Carlos IV, pretendiente carlista para unos y rey de Las Españas para otros con el nombre de Carlos V).

ADDENDA. Permítame el lector añadir una perspectiva o reflexión personal, que me rondó al escuchar las palabras de los intervinientes en el muy agradable Acto de presentación que comentamos.

Mi tesis es que los sectores liberales conservadores se hicieron franquistas lo mismo que antes habían sido primorriveristas, manteniendo en el fondo, y cada vez de una forma más viva incluso en las formas, su llama anticarlista o antitradicional, para triunfar después.

¿Qué ocurrió? Ocurrió que finalizada la guerra en 1939, la ideología liberal conservadora no estaba bien vista en España -ni en la Europa de los totalitarismos y la crisis parlamentaria-, mientras que el falangismo tenía más que tintes revolucionarios. Por eso, los conservadores huyeron en general del falangismo, y, no pocos se acercaron a los sectores tradicionales. Tengo una fotografía en la que don Juan, hijo de Alfonso XIII, está con la boina roja en España durante la guerra. Cunado les convenía, tomaron el prestigio de los requetés, para hacerse un hueco en "el sistema", si es que el "sistema" no era parcialmenter suyo desde 1939. Se revestirán inicialmente con ropajes tradicionales, que no eran propios, para ser admitidos en la alta política. Así, poco a poco y gracias al "despotismo ilustrado" ejercido por ellos desde que empezaron a ocupar el poder, perjudicarán al Carlismo con la excusa de aplicar ellos el Decreto de Unificación de 1937, ya sea desvirtuando los principios tradicionales (¿es que hubo una verdadera democracia orgánica?)ya persiguiendo la organización carlista que, a fuerza de ser contraria al Régimen, no pocas veces estuvo en la clandestinidad. El acercamiento de don Javier al dicho Régimen, no fue seguido por muchos carlistas, por ejemplo por don Mauricio de Sivatte en Cataluña.

Repitamos. Los liberales conservadores pudieron desplazar a los carlistas y luego a los falangistas, gracias al Decreto de Unificación de 1937,accediendo así poco a poco al poder. Lo hicieron esgrimiendo un pseudo tradicionalismo, considerado por ellos mismos -y en esas circunstancias- como el único contenido válido. Válido ya por ser "por entonces" nacional -así decían-, ya en concepto de “mal menor” –término tan querido por ellos-, y, siempre como eficaz escudo práctico frente al fascismo europeo y, después, a la crítica y al estigma que España podía incurrir tras el definitivo triunfo del parlamentarismo en la Europa posterior a 1945.

De ésta manera, los conservadores tan sólo hicieron formalmente suyos algunos elementos tradicionalistas del pueblo carlista en general –no ya sus contenidos que hubieran sido salvadores según los propios carlistas-, pueblo al que minusvaloraban –menosprecio en realidad-, al que adosaban las categorías de poco ilustrado, absolutista y polarizado en una dinastía extraña, romántico, antiguo como otra época, económicamente descapitalizado, con nulas élites organizadoras, tan sencillo como ignorante, y de mucho más corazón que inteligencia. Todo ello era más que barojiano y recogía la "leyenda negra" anticarlista del s. XIX.

Vicente Pou, ya en 1842, señalaba cómo los liberales consideraban por entonces a los carlistas. Digo por entonces y desde entonces: "Todos se han complacido en ridiculizar a Carlos V y a sus defensores bajo este concepto, prodigándoles el nombre de fanáticos, de absolutistas, de hombres aferrados a ideas rancias, enemigos de la nueva libertad y de las luces del siglo" (La España en la preente crisis... Montpeller, 1842; reeditado en Madrid, Ed. Trdere, 2010, 242 pp., pág. 130)

¿Cómo acabó la cosa? Los liberales conservadores utilizaron a su beneficio el enorme esfuerzo de los voluntarios carlistas durante la guerra, pues los alfonsinos carecieron –lógicamente-de milicias populares en 1936. Fueron sustituyendo a los carlistas en la paz, aprovecharon su heroico esfuerzo, vaciaron y tergiversaron los principios sociopolíticos del tradicionalismo para, décadas después, instaurar en las Leyes los principios del Liberalismo. El Libro Blanco del ministro franquista Villar Palasí, contenía la cnfiguración y control de la educación Primaria y Secundaria por el Estado varios años antes de 1976. Los carlistas se enfrentaron con dicha Ley de Educación. Así, es comprensible que, desde el poder político y social, los liberales conservadores difundiesen la desmemoria sobre los carlistas, sus rivales seculares. Les robaron su presencia en la paz –aunque es cierto que muchos carlistas, nada posibilistas y hombres de lealtades, se retrajeron de las instituciones-, les ningunearon la memoria de su pasado, y crearon otra memoria confundiendo al Carlismo con las alteraciones sociales y hasta con la revolución, con guerras y violencia, con el desasosiego y la impolítica, en definitiva, con un mundo antiguo y “ya ido”. Le identificaron con las guerras (siempre desgraciadas y que a nadie le gustas)pero no con los medios políticos, periodísticos, sociales y laborales que los carlistas desarrollaron con éxito tras 1876. Realmente, los liberales conservadores se aprovecharon de los grandes esfuerzos y heroísmo de los carlistas frente al comunismo en 1936. Los carlistas no cobraron por lo que hicieron (ni era su intención) mientras que los conservadores, que no se movilizaron durante la guerra, se arovecharon de ellos. Parece que siguieron el lema oportunista siguiente: "Aprovéchate primero y difama para desplazar después" a tus contrarios. El ministro Alfonso Osorio dijo en 1976, tras la conocida "trampa" de primeros de mayo: "El Carlismo huele a sangre y telarañas". ¿Algunos quisieron hacer posible esta simplista pero expresiva declaración, para anular a los carlistas a las puertas de la llamada "transición democrática"? No obstante, si tales personas desaparecieron -aún queda alguno que entonces fue ministro y que en mayo de 1976 estaba el Londres-, los carlistas siguen hoy.

Algún lector pudiera añadir desde una perspectiva política, que si los liberales conservadores hicieron fracasar una verdadera restauración de España tras 1939, y a la postre el mismo régimen franquista al que sirvieron y del que se sirvieron, después harán fracasar a España en la democracia liberal por su concepción liberal, conservadora, "malminorista" y casi sin ideas. Pero esto último es opinión para otros blogs.
Disculpe el lector lo extenso de ésta Nota.
José Fermín Garralda


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