Reflexiones sobre el
quehacer del historiador.
El pasado de Navarra como
arma política.
CUANDO éramos universitarios nos ilusionaba la gran
capacidad intelectual y el empuje de muchos jóvenes historiadores,
considerados con fundamento como una gran promesa. Eran académicamente muy
brillantes. No pudimos imaginar que con el tiempo iban a retirarse poco a poco
de la investigación histórica. Una cosa es escribir una comunicación basada en
fuentes primarias para un Congreso cada cuatro años, y otra muy distinta tener
todos los días entre las manos los mimbres de las fuentes del
conocimiento histórico, profesión ésta silenciosa que complementa la docencia o
a la inversa según la naturaleza de cada Centro educativo.
Motivos
profesionales, desilusiones y desmotivación personal han debido de ser la causa
de dicho abandono. Es una gran pena que dichos talentos quedasen malogrados. La sociedad se lo pierde
irremisiblemente. Por nuestra parte, es muy triste en la vida ver morir
ilusiones arraigadas y capacidades sobresalientes. También es cierto -y ello
subraya lo anterior- que otros de sus condiscípulos, menos brillantes que
aquellos en su paso por la universidad, han perseverado en la investigación
aunque no hayan recogido frutos diferentes al deber cumplido, y al afán por multiplicar
los talentos recibidos de Dios. Ello no significa que hayan tenido apoyo alguno,
ayuda o reconocimiento universitario y extrauniversitario, económico y laboral.
Esta es la sociedad materialista que hemos hecho: aprovechar a los demás y no colaborar
con nada.
Ha
pasado el tiempo -contamos el paso de cuatro décadas desde entonces-, y ahora
la escasez de vocaciones de historiador corre parejas a qué se
hizo con las hermosas hornadas de estudiantes de historia y posgraduados de las
décadas de los setenta y algo posteriores. Dirán que por entonces no había
trabajo salvo que se entrase por enchufe en el régimen de endogamia
universitaria, dirán que sobraban aspirantes, dirán que no había dinero… Ya me
dirán en qué se gastaban entonces los recursos y por qué hoy día faltan
historiadores para cubrir las necesidades de conocimiento de la sociedad. Efectivamente,
hoy los estudios de historia y la investigación histórica están de capa
caída, según la experiencia de muchos profesores universitarios y según
también muchos otros que lo contemplan con cierto estupor.
Lo
contradictorio es que el vacío creado en la disciplina histórica por el abandono de ayer de muchas jóvenes
vocaciones, esté siendo ocupado por otras
profesiones que si bien ofrecen una menor formación académica en los temas
que tratan, sin embargo gozan de capacidad comunicativa, buena relación con los
editores, sus textos son ligeros, y desde luego tienen una pluma suelta. Pero
nada de eso es exclusivo suyo. Por lo visto hoy triunfa quien comunica con
facilidad, entretiene y satisface la innata curiosidad sobre el pasado aún sin la pretensión de demostrar la verdad de las
cosas.
* * *
¿Historiador o escritor de historia? ¿Ciencia o
divulgación respectivamente? Ambos
oficios son diferentes y necesarios, no son excluyentes sino complementarios. A
ambos se debe agradecer su dedicación, cada uno en su esfera diferente. Cada cuál
tiene su ámbito, su función social, siendo hoy día la dedicación más jugosa la
de escritor o divulgador de historia.
El
historiador -la historia como ciencia- puede ser un buen escritor aunque en su
oficio sólo necesite escribir correctamente: lo suyo es llegar a la verdad
demostrándola. De todas maneras sus libros no son fácilmente vendibles debido a
la aridez de ciertos temas o capítulos, al aparato crítico y a la precisión que
exigen. Como continuidad de su oficio científico podría prolongar sus
descubrimientos mediante la divulgación.
Por
otra parte, no hay escritor o divulgador de historia que no se fundamente en los
estudios sesudos de los historiadores científicos, aunque la pena es que hoy estos
últimos escasean por la ya citada dispersión de jóvenes vocaciones. Un escritor
de historia que no sea historiador de fuentes primarias se llamará divulgador,
pues carecerá del método riguroso histórico, de una distancia vital respecto a
los hechos, y de una independencia respecto a la misma sociedad e incluso al
editor.
La
pena es que esto no siempre se respeta. Ayer hubo conocidos sociólogos y
profesores de derecho político al servicio de unos sectores politizados, que se
convirtieron en historiadores -aunque ideologizados- gracias a la politización
y endogamia universitaria. Simultánea y paradójicamente se desperdiciaba un
considerable número de vocaciones de jóvenes historiadores no ideologizados,
alumnos suyos o no. Ahora se paga este error debido al actual vacío de
historiadores, y a que sólo tiene eco social la falta de rigor y el entretenimiento.
En
esta situación, la actual necesidad de satisfacer el conocimiento del pasado la
pueden cubrir no pocos periodistas que trabajen con calidad, seriedad y éxito. Se
expresan en reportajes de prensa, y en libros de divulgación, aceptables si
aportan las fuentes secundarias que utilizan, y si aclaran al público que la
historia se hace con fuentes primarias y el método propio de investigación. Lo
que ayer satisfizo la editorial
Juventud, con biografías de gran calidad, firmas de ámbito
internacional, y legibles por todo el público interesado, hoy lo hacen periodistas
que conocen el ámbito de la comunicación y la edición.
* * *
Dicho
lo anterior, hoy el conocimiento científico en el ámbito de la Historia
se ha devaluado en nuestra sociedad, al ser desplazado por el escritor o
divulgador de historia. Si éste último realiza su cometido con éxito, no debe
ir en menoscabo de aquel, pues divulgador no puede sustituir aunque sí
completar al titulado universitario apto para investigar.
Ambas
profesiones no tienen la misma autoridad sobre lo mismo. La pena es que no
todos lo entienden así. Por ejemplo hay centros educativos en los que basta
tener una carrera de “Letras” para impartir docencia en ciencia histórica, que
rebajan hasta rozar una excesiva divulgación y formación generalista. Eso sí,
no se lo digas que se enfadan. Han trastocado los objetivos académicos, y han
convertido el conocimiento histórico en un saber instrumental, que queda
subordinado prácticamente al “disfrute” de los educandos. Bastaría en las aulas
un barniz de “conocimiento” y mucho de “experiencia” entretenida y feliz, como
si de un viaje al pasado se tratase.
Si
esto ocurre con la ciencia histórica, imagine Vd. en qué quedan los estudios de
la Geografía, por otra parte tan necesarios en nuestra sociedad y muchas
profesiones. Se trata, según algunos, de no quitar tiempo y esfuerzo a los
saberes prácticos, y de añadir a estos la Historia -una vez desterrada la
Geografía- como mera curiosidad y complemento. A esto se denomina apostar
por las humanidades.
* * *
Lo
que más nos preocupa es cuando los estudios históricos -como ciencia o bien
como divulgación- pretenden influir en el pensamiento y las
valoraciones del hombre actual, sirviendo a ideas preconcebidas conforme a los
planteamientos de determinadas escuelas historiográficas -ideologizadas- del
pasado o del presente.
¿Es el conocimiento de la historia como ciencia un
instrumento o herramienta ideológica? ¿Puede serlo la divulgación de sus
resultados? La respuesta brota sola: la ciencia
histórica y el historiador no deben ser utilizados ideológica ni políticamente,
porque sólo se deben a la verdad que deben encontrar mediante fuentes primarias.
Respecto al divulgador o periodista, allá lo que quiera hacer con sus escritos,
pero sus contenidos que se refieran al pasado debieran subordinarse a la verdad
demostrada por el historiador.
Hoy,
con el pretexto “desmitificador”, algunos quieren crear una
realidad nueva en Navarra, en ese milenario Reyno pirenaico, y para ello
utilizan el pasado como arma o herramienta. Sus ambiciones nacionalistas son de
todos conocidas. Su método es racionalista, dialéctico y comprometido con el
presente. Desde luego, ni todo lo que plantean como “mitos” navarros tienen que
serlo, ni deben soslayar las realidades culturales que conlleva el “mito” como
si éstas nada significaran. Lo que se consideran “mitos” pudieran mantenerse como acervo cultural cotidiano
siempre que se identifiquen como tales, sobre todo si se encuentran
entreverando la realidad versus antigüedad considerada con
valor propio.
Lógicamente
los historiadores profesionales
dedicados a demostrar científicamente los hechos del pasado, deben
realizar sus estudios con una total independencia de los temas que se ponen de
moda en la sociedad. Otra cuestión es que a veces los profesionales y los divulgadores
coincidan en los temas por confluir el
interés académico y social.
* * *
El
desarrollo de la historiografía sobre
Historia de Navarra posterior a la década de los setenta, permite
diferenciar varios momentos y la preferencia de los historiadores por unos u
otros temas.
En
1986 aparecieron en Navarra dos prometedoras asociaciones de historiadores que
realizaron sus propios Congresos. Su primer Congreso coincidió en el lugar y
casi en el tiempo, apreciándose en el ambiente una sutil rivalidad. Por un
lado, el Instituto Gerónimo Ustáriz convocó el Congreso de Navarra de los
siglos XVIII, XIX y XX, y, por otro, la Sociedad de Estudios Históricos de
Navarra (SEHN) reunió su Congreso General que abarcaba toda la
historia de Navarra.
Estas
dos tendencias, nutridas de historiadores experimentados pero también muchos
jóvenes, ofrecían algunas diferencias. La primera tendencia, que abarcaba de
los s. XVIII a XX, era más ideológica, tenía un fuerte compromiso práctico, y
quedó vinculada a influencias de corte dialéctico social y en parte también a
la ideología nacionalista. La segunda, que abarcaba toda la Historia de
Navarra, fue académica e independiente de los problemas sociales del momento o
de aquellos que se pretendían crear en la Navarra posterior a la transición
política. Quienes quisimos participar en ambos Congresos pudimos hacerlo con
toda libertad y entusiasmo. No cabe duda que en ambos ámbitos se dieron cita
historiadores de valía junto a otros muchos que andábamos con ilusión
nuestros primeros pasos.
El
primer Instituto celebró dos
Congresos, tuvo su propio boletín de numerosas páginas, de calidad y con
importantes articulistas, pero desapareció pronto para dar paso a una segunda
etapa, en la que varios de sus miembros ocuparon cátedras en la universidad
pública de nueva creación. Al parecer, el citado Instituto albergaba varias
tendencias al final separadas, a pesar que compartir algunos presupuestos bajo
el comprometido manto de una historia dialéctica, crítica y social. Una de
ellas ha seguido una derrota más activista debido a su claro compromiso
nacionalista.
Por
su parte, la SEHN mantiene su funcionamiento, una actividad notable y con éxito,
y luce ocho Congresos en su haber más el noveno en curso. Los participantes en
sus Congresos generales suelen repetir la experiencia, mantienen en el tiempo
sus aportaciones, amplían las líneas de estudio, siempre hay nuevos
integrantes, y siguen una línea académica e independiente.
El
propósito “revisionista” del Instituto
sobre el conocimiento de la Historia de Navarra fue eminentemente práctico,
ideológico y político, sobre todo en su versión nacionalista. Reservamos el
término “revisionismo” a la revisión sistemática y global, por ello con unas
claras connotaciones ideológicas. No incluimos en el término
“revisionismo” al investigador que examina e nuevo las afirmaciones de otros
autores o sus propios trabajos sobre el tema que estudia, ni a quien
carece de intereses y planteamientos diferentes a la mera investigación y
conocimiento del pasado en lo que puede conocerse conforme a las fuentes,
ni por último a quien no elige necesariamente temas polémicos que puedan
provocar -o para provocar- reacciones contrarias. En realidad, los nacidos en
las décadas de los cincuenta y sesenta del pasado siglo han realizado
interesantes investigaciones históricas en todos los ámbitos y temas. Cuando la
mayoría realizaba sus aportaciones, se planteaban el estado de la cuestión, la
bibliografía anterior, las tesis y los puntos de vista mantenidos -si los
había-. Fue el otro sector quien ejerció un “revisionismo” de talante
ideológico.
Desgraciadamente,
aquellas hornadas de jóvenes investigadores a las que nos hemos referido, que
hoy se acercan a una edad de jubilación profesional, no han sido seguidas por
otras, de modo que hoy es el sector llamado “revisionista” -en realidad va a
desembocar en “iconoclasta”- con incidencia ideológica -marxista o
nacionalista- el que parece domina, ocupando la comunicación social, el
ámbito literario, el periodístico y la propaganda propia de su estilo.
* * *
Preguntemos
qué temas han estudiado aquellos que, siguiendo ciertos apriorismos, entendieron
sus estudios como una herramienta en
la dialéctica de deconstrucción versus construcción del
presente.
En
primer lugar y desde la perspectiva utilitaria e ideológica de la historia de
Navarra, se analizó si el Fuero era
un mito para en ese caso pasar a su “desmitificación”,
lo que daría argumentos a los políticos para su correspondiente actuación. Sin
embargo, en la práctica fueron los políticos liberales de UCD y sus inmediatos sucesores
quienes arruinaron el Fuero público y privado mediante la publicación de
diferentes leyes y una concreta acción política. Recuerdo que Álvaro
D’Ors y Javier Nagore afirmaban que el derecho público constitucional de 1978
vulneró el Fuero público de Navarra, para luego, desde aquel, eliminar el Fuero
o derecho privado. En efecto, el derecho privado en Navarra -como en Cataluña a
decir de Juan Vallet de Goytisolo- siempre fue anterior al derecho público.
En
el discurso final de clausura del Ier Congreso de Historia de Gerónimo Ustáriz
de 1985, el profesor Tomás y Valiente -años después será asesinado por ETA-
afirmó que el Fuero era un mito, y que los mitos eran peligrosos para la
sociedad. Inmediatamente fue respondido por varios juristas en “Diario de
Navarra”, y por un joven historiador en la revista “Aportes. Revista de historia
del siglo XIX” (nº 1, marzo 1986, p. 52-53). Es pertinente recordar que ésta
última revista se mantiene con éxito hasta la actualidad, aunque en su día
tuviese algunos contradictores que veían cómo algunos de sus contenidos
historiográficos corregían sus puntos de vista, lo que hoy día parece
repetirse de nuevo. Estas correcciones hay que analizarlas caso por caso hasta
la actualidad. La endogamia universitaria en España y el control de las
publicaciones por ciertas tendencias de pensamiento no logró asimilar la
existencia de una historiografía diferente e independiente de la historia dialéctica
y comprometida ya económica ya social.
Pero
sigamos con los temas. La instrumentalización del ámbito de la historia crítica
-social y económica- en Navarra, actuó sobre grandes temas como el Foral,
poniendo quizás en entredicho el ser navarro entendido como un producto
conservador -así, cosificado-. No en
vano se tendió a identificar el Fuero con el conservadurismo, convertido -según
decían- el primero en mito por los diferentes intereses de clase.
La
“desmitificación” también recayó sobre otros aspectos de la historia de Navarra
como el Carlismo, los “heterodoxos” navarros, la identificación de Navarra con
la tradición, la Ley Paccionada, el conservadurismo político del s. XIX y XX,
la “Gamazada”, los eúskaros, los republicanos.
Hablemos
un poco del tema del Carlismo. Para alguno como Zubiaur Alegre, era bueno que
el Carlismo se sustanciase en el museo carlista de Estella, lo que quizás suponga
cierto desencanto personal previo de quien contempló un Carlismo fuerte y
popular, con un príncipe a la cabeza. Algunos han querido mostrar al Carlismo
como una protesta social del campesinado en crisis, sin presencia en las
ciudades y las elites sociales, y desde luego ajeno a los Fueros. También se ha
querido reducir la presencia carlista en Navarra, como ocurre en el reciente
libro Militares y carlistas navarros (1833-1849) (2017)
valorado por Alfonso Bullón de Mendoza en la revista “Aportes” nº 94 (2017).
Otros han querido ver el Carlismo como un romanticismo (Gonzalo Redondo,
Caspistegui), o bien que tanto él como el Liberalismo estaban afectados de
dicho romanticismo (Luis Suárez). Que la soberanía nacional, la rebeldía o la
libertad absoluta y abstracta sea romanticismo no es extraño, pero puede
demostrarse que el Carlismo tiene un fuerte anclaje en la verdad de las cosas y
que se enmarca en un tempo largo. El
Carlismo va más allá de las fechas 1833 a 1876, y expresa la historia de
España, cuyo tempo traspasa los
movimientos culturales romántico, realista, modernista y los sucesivos ismos hasta
el pragmatismo actual en choque con la ruptura nacionalista. En efecto, el
Carlismo tiene mucho de clasicismo y de civilización que respeta lo que las
cosas son, junto a las peculiaridades del momento histórico, y fundamentalmente
está ayuno de historicismo a pesar de las adherencias verbales y quizás algunas
conceptuales propias de cada época. Desde luego, que de hecho y al fin el
liberalismo, el socialismo y los nacionalismos periféricos se
muestren triunfantes, no tiene por qué ser definitivo de cara el futuro. Afirmar
esto reconoce la existencia de cambios previos, de modo que si la historia es
lineal en el tiempo no por eso tiene que ser contradictoria y menos ajena a lo
anterior y lo posterior. Lo definitivo es que lo experimentado como hechos liberadores hasta hoy ha sido
un rotundo fracaso.
Hay
trabajos de lo que algunos como Del Río y Pan Montojo llaman historia
conservadora, que han dado finalmente al Carlismo por desaparecido
siguiendo la lógica de los hechos empíricos y quizás un pensamiento muy
personal de origen filosófico como el de cierto historiador ya fallecido. Pues
bien, si el desarrollo de unos presupuestos hizo desaparecer al Carlismo
de masas, ello no significa lógicamente que tales presupuestos y los resultados
debieran juzgarse como saludables., salvo que se caiga en el “progresismo” o “evolucionismo” como mito.
La
afirmación de algunos historiadores “conservadores” de que “todos buscamos que
el pasado dé solidez a nuestra apuesta política” (“Diario de Navarra”, 3-V-2012
p. 71), se puede comprender por el afán de promover el estudio de la Historia
en la propia universidad, pues nosotros nos resistimos a entender que sea así,
pues haría imposible la objetividad histórica.
Pero
sigamos con los temas. De la visión de una Navarra eminentemente tradicional,
visión sin duda a veces exagerada, algunos han estudiado principalmente a los
“heterodoxos”, al socialismo y más tarde al republicanismo. Los trabajos
realizados con seriedad sobre esto se deberán engarzar por igual con un estudio
similar, pero hoy desgraciadamente inexistente, en relación con la tradición
navarra -el tradicionalismo- como herencia renovadora, con la
catolicidad y con las distorsiones realizadas por del conservadurismo.
Ahora,
algunos de los que impulsaron el Instituto y Congresos arriba mencionados,
están realizando otras aportaciones, potencian los estudios de la Navarra del
siglo XIX y XX, y desarrollan saludablemente encargos de alguna editorial
privada entre otros proyectos.
El
camino andado por la “desmitificación”
ideológica -creando a su vez nuevos mitos- ha sido largo. Los desenfoques y
errores sobre la historia de Navarra por parte de nuevas personas en lid, de
menos relieve intelectual que las anteriores, pero más politizadas y
activistas, practican talleres de excavación, levantan parques de una memoria
selectiva, ofrecen charlas de corta asistencia, poseen una prensa de combate,
mantienen una agitada propaganda callejera vinculada al ocio y la cultura
popular, realizan concentraciones de calle, y hasta presentan propuestas del
Gobierno de Navarra.
Recientemente
se han preferido temas como la conquista e incorporación de Navarra a
Castilla tras la emblemática fecha de 1512, aprovechando diversos
momentos conmemorativos.
También
se ha abordado el tema de los represaliados de 1936 que
desgraciadamente se encuentra muy politizado, planteándose a lo talibán la
destrucción -ya directa y expresa o bien con trampas de naturaleza
administrativa- del monumento de Navarra a sus muertos en la Cruzada…
(mal llamado Los Caídos). Seguramente este último es el gran tema
que sigue pendiente en sus diferentes fases.
A
esta temática le acompañan otros problemas menores aunque más efectistas ante
la opinión pública, como es “desmitificar” el escudo para
así cambiarlo, eliminando de esta manera los signos de identidad del
viejo Reino. Propondrán sustituir las cadenas del escudo por el carbunclo
inicial, por lo mismo que elevaron el sello personal del rey Sancho VII -el
águila real y sólo él- a rango de bandera grupal y hasta étnica. Súmese a ello
el intento de cambiar la letra del zortzico “El Roncalés” cuyo verso canta “del
jardín español de flores sin igual…”. En orden a la lengua, existe una
extensión administrativa -artificial o artificiosa- realizada con sectarismo
según sus contrarios, de la zona mixta en el uso de vascuence
(euskera), el cambio o creación de toponimia y nombres que nunca existieron
aquí, la toponimia impuesta durante años en el callejero de Pamplona y otras
poblaciones, la alucinante propuesta en julio de 2017 de modificar el nombre de
Chantrea por la grafía Txantrea… En realidad el topónimo la Chantrea es un
término franco-castellano y originariamente significa el cargo Chantre de la
catedral de Pamplona.
Algunos
hoy quisieran suprimir del escudo de Navarra la corona real rematada
con una cruz, por lo mismo que años antes, allá el 4-VII-1980, le quitaron -por
un voto dicen que "democrático"- la laureada ganada al valor heroico
del viejo Reyno y concedida por el jefe de Estado el 8-XI-1937. Cuarenta y tres
años, y la heroicidad de la generalidad de Navarra en 1936 tenía que desaparecer.
Estas iniciativas van unidas al intento de relegar la bandera de
Navarra como Comunidad diferenciada, poniendo la bandera de la CAV
entre las banderas de Navarra y -por ahora- de España por imperativo legal.
Nos
informan de lo siguiente:
“Hace unos días el Gobierno de Navarra
anunció la concesión de la Medalla de Oro de Navarra a Arturo Campión, Hermilio
de Olóriz y Julio Altadill por su aportación a la historia, la cultura y la
identidad de la Comunidad Foral, además de ser los artífices en 1910 del diseño
de la actual bandera de Navarra” (“Navarra Confidencial” 7-XI-2017).
Y
continúa esta prensa digital con un párrafo crítico común a otros muchos
comentaristas del momento:
“La cosa ya empezó con mal pie porque de
algún modo se dejaba caer la idea de que la bandera de Navarra era una cosa que
se habían inventado de buenas a primeras estos tres señores en 1910 (…)”.
A
pesar del conflicto estallado entre todos los partidos, amigos o no del
cuatripartito, el Gobierno ha concedido la medalla a los descendientes de
dichos hombres de cultura. Dirán que todo ha sido muy representativo.
Hemos
mencionado algunos temas que se manipulan utilizando a veces algunas
verdades, lo que es el peor método por ser el más engañoso. Cualquier
caballo de Troya es un instrumento ideológico y político que puede
convertirse en una praxis, y ello que facilita que cualquier llamado núcleo
duro pueda ir “más allá”, plus ultra.
La
tergiversación puede actuar desde presupuestos racionalistas (marxistas) o bien
románticos (nacionalistas). En tal caso, la acción suele seguir unos
planteamientos tan “aplastantes” y a veces tan enérgicos y descalificadores
hacia los discrepantes, que sin duda encierra un propósito político-ideológico.
Cualquier
historiador sabe como los datos son muy importantes y hasta decisivos, aportar
un amplio aparato crítico da una apariencia de seriedad. Sin embargo, esto
último por sí mismo no garantiza la verdad de las conclusiones. También resulta
importante cómo se redacta la historia, los enfoques utilizados y las
expresiones, que debieran ser puramente representativas. Aunque el quién
escribe es lo de menos, resulta que en este tipo de “historia” la
investigación depende más del investigador que de los datos.
En
excesivo interés mostrado actualmente hacia la historia por parte de cierta
prensa y las redes sociales, no es paralelo a la exposición desinteresada de la
verdad histórica. Mientras unos pseudo historiadores no van de verdades, otros
guardan silencio, encastillados en su torre de marfil y lejos de las
contingencias de los hombres y las sociedades. No quieren líos. En parte, este
silencio se comprende, porque para algunos la verdad no interesa, precisamente
para la administración pública dominada por la ideología, cuyo poder podría
perjudicar a quienes contrarían académicamente sus posiciones. Por lo mismo,
personas libres no hay muchas.
José
Fermín Garralda Arizcun
Dr.
en Historia